julio 01, 2011

ciudad de méxico: mapa alterno


por Juan Villoro

La Ciudad de México es caos que ni siquiera dominan los expertos en tráfico. Al abordar un taxi, el conductor solicita: "Usted me dice por dónde".

Edgar Anaya Rodríguez se ha dado a la tarea, en apariencia irrealizable, de crear un mapa personal del Distrito Federal y anexas. Ha recorrido la ciudad donde nació con las virtudes combinadas del explorador que no necesita brújula, el erudito que no escatima el dato exacto y el cronista capaz de ser fiel a sus pasiones. Este ejercicio múltiple encuentra acomodo definitivo en el libro Ciudad de México, ciudad desconocida. Estamos ante el mejor catálogo de lugares insólitos del laberinto donde nos tocó vivir.

Anaya Rodríguez registra los 100 sitios más peculiares de esta asamblea de ciudades. Hay, al menos, tres constantes en su búsqueda: la naturaleza, los pueblos típicos y las ruinas arqueológicas. La Ciudad de México no ha dejado de ser un vergel que florece en las encrucijadas de las avenidas y donde los halcones anidan entre cables de alta tensión. Tampoco ha dejado de ser la macrópolis que en su interior preserva vidas pueblerinas que en días de fiesta se hacen notar con la algarabía de sus cohetes. Conocemos las pirámides de Cuicuilco y la estación Pino Suárez del Metro, pero no las efigies dispersas de los dioses antiguos que Anaya Rodríguez selecciona para el visitante.

¿Cómo usar un libro tan rico? Ciudad de México, ciudad desconocida sirve de guía turística, novela de lugares y crónica sentimental de un viaje. Se puede leer de un tirón o en episodios, al modo de una enciclopedia.

Un capítulo de vibrante actualidad se refiere al culto a la Santa Muerte. Con la sabrosa erudición que atraviesa el libro entero, Anaya Rodríguez recuerda altares coloniales donde aparecen calaveras. No se trata sólo de la deidad de los mafiosos, aunque su culto oficial haya sido prohibido. Significa, más bien, una devoción alterna, no sólo por rendir tributo a una calavera, sino por la forma en que circula en la ciudad. La Santa Muerte se ha apoderado de espacios urbanos que no tenían santuarios: las banquetas. Es, ante todo, una deidad a la intemperie, a tal grado que es honrada en altares portátiles que recorren las calles.

Otros capítulos dialogan entre sí. El cronista dedica un episodio a las selectas delicias del Mercado de San Juan, donde algún día ofrecerán costillas de unicornio, y otro al gran estómago de la ciudad, la Central de Abastos, bolsa de valores donde se calcula lo que importa un rábano.

Hay sitios que, en sí mismos, resumen la apasionante dualidad de Chilangópolis. Uno de ellos es el Cerro de las Jorobas. De un lado tiene una de las mayores concentraciones urbanas de América: dos millones de personas viven encaramadas en esa falda. Del otro, es un jardín del Edén, un parque donde la flora y la fauna conviven en estado adánico, antes de ser nombradas.

Capital de los caprichos, la Ciudad de México domina las esculturas en lodo, los arreglos florales y los diseños en todos los colores que resiste en aserrín.

A propósito de Buenos Aires, escribió Jorge Luis Borges: "No nos une el amor, sino el espanto/ será por eso que la quiero tanto". Las grandes metrópolis cautivan de modo temible. No es la actitud de Anaya Rodríguez. Su libro entiende el conocimiento como acto de amor. Hay que seguir su entusiasmo rumbo a la casa del arquitecto Luis Barragán y su mística en piedra, las figuras femeninas del Museo de Tlatilco, los baños del Peñón y la Santa Cruz que la fe alza en Xochitepec el primer lunes de mayo.

En la colonia de los Doctores, Roberto Shimizu, arquitecto de ascendencia japonesa, ha creado el peculiar Museo del Juguete, con valiosas piezas de colección y lúdicas hojalatas de a peso. Entre robots antiguos y mascotas ultramodernas, el visitante entiende los modos de jugar que ha tenido esta ciudad.

El mapa alterno que ofrece Anaya Rodríguez es fruto de largos recorridos a los lugares. Desde Humboldt nadie caminaba con tantas ganas de aprender en la "Ciudad de los Palacios". Pero también proviene de su pesquisa, no menos ardua, en bibliotecas, hemerotecas y librerías de viejo. Ha leído libros casi inencontrables.

Y esto lleva a otro tema singular. El cartógrafo de los sitios peculiares ha cedido a la peculiaridad mayor de editar su propio libro. Está visto que la ciudad que inventó el tianguis ama el comercio que tiene un sello personal: la primera edición se agotó en unas semanas.

No sabemos cuántos lectores puede tener este libro, porque no sabemos cuántos habitantes tiene la ciudad. A cada uno le corresponde su ejemplar. Para conseguir uno, hay que escribirle al autor, como en tiempos de Cervantes:


Ciudad de México, ciudad desconocida, es una obra de preservación. Algunos lugares serán conservados por haber sido incluidos en sus páginas, de otros quedará el recuerdo. Ir a estos sitios de interés significa vivir en el presente, lo que los lectores del porvenir conocerán como la historia de las raras maravillas que alguna vez tuvo la capital de México.

*** imagen: Iglesia del Buen Viaje. Ciudad de México, 1902***

2 comentarios:

malbicho dijo...

un mapa personal de la ciudad se Mexico, he tenido la misma intencion desde hace mucho, sin ponerme a hcerlo en serio, ahora que leo esto me da una envidia terrible -de la buena, claro...je; si es que eso es posible-.
Saludos desmañanados.

Aurore Dupin dijo...

Es que el espanto es primo incestuoso de la fascinación; la Ciudad de México es como la Biblia: cada quien halla lo que le conviene y al mejor modo que le acomode e interprete. Son los prismas humanos: París, Buenos Aires, Estambul, Essaouira...