los gánsters... ¿seductores?

Desconozco cuál sea la razón de fondo, pero es innegable que la imaginería popular nos ha llevado a sentir una especie de admiración, injustificada pero no por ello menos cierta, hacia los gánsteres. Quizá tenga la culpa el cine; en mi caso, la culpa la tiene esa obra maestra llamada “El Padrino”. Recuerdo que hace algunos años, cuando empezó a recrudecerse la violencia y criminalidad asociada al narcotráfico mexicano, yo me preguntaba, medio en broma, medio en serio ¿es que ya ni los mafiosos tienen ética? Está claro que la policía nunca la ha tenido; pero carajo si ya ni los mafiosos la tienen, entonces sí que estamos perdidos. Por supuesto que es una completa idiotez pensar que los capos de la vida real tengan los modales –amén de los trajes Armani- de Michael Corleone y que como éste, llegarán a morir casi en la Santidad, previamente beatificados por el Vaticano…tras una humilde limosnita de 100 millones de dólares. Ya en el colmo de la fantasía, es una frivolidad pensar que los mafiosos tengan la apariencia del muy descafeinado pero guapísimo sucesor del Michael Pacino Corleone, Andy García. Pero así pasa, no falta quien idealiza a estos hombres; ahí está el caso de Pablo Escobar Gaviria, visto casi como héroe nacional en ciertas regiones de Colombia (en México debe haber más de uno, pero nadie goza de la popularidad internacional del colombiano). Se miran como seres valientes, arrojados y temerarios; llegando a creer que mientras violan leyes, se burlan de los gobiernos nacionales, corrompen funcionarios y trafican armas y drogas –con el contubernio de esos mismo gobiernos, por supuesto-, lo hacen como esas aves del paraíso capaces de cruzar el pantano sin mancharse; y que a lo más, solo ejecutarán crímenes "plenamente justificados", los estrictamente necesarios. Como si algún crimen pudiera tener justificación. Dice el cineasta italiano Giuseppe Ferrara, que la culpa es de Hollywood por haber establecido el cliché de que los mafiosos son seductores; con “buen corazón”, leales y solidarios con sus gentes.

Todo este choro, para justificar mi debilidad por los gánsteres… fílmicos y así tener pretexto para subir tres trailers de igual número de filmes que ya me anda porque se estrenen en México [de antemano sé que el francés nunca se verá en las salas del país, pero eso no aminora mis ganas de verla, al contrario, las incrementa]. Tres películas; dos europeas y una gringa. Las tres basadas en hechos de la vida real. La más convencional parece ser la hollywoodense Public Enemies; también, la de mejor factura con sus estilizadísimas imágenes filmadas en formato digital. El film está protagonizado por Johnny Deep, Christian Bale y Marion Cotillard; algo en ella, recuerda a Los Intocables. Por su parte, las dos películas europeas parecen estar desprovistas de cualquier atenuante; una es la italiana Gomorra, basada en la novela homónima del joven escritor napolitano Roberto Saviano, es protagonizada por actores no profesionales oriundos de Nápoles, ciudad donde se desarrolla la historia de la poderosa organización mafiosa, que, al decir, de Saviano ha penetrado amplios sectores de la economía italiana... incluida su admirada moda. Y por último está la francesa Mesrine, basada en la autobiografía que el criminal galo Jacques Mesrine escribió mientras estaba encarcelado y quien es recreado por un Vincent Cassel que, a juzgar por las escenas vistas y por los elogios que le han conferido la crítica europea, parece haber nacido para este personaje. Mesrine fue un personaje carismático, tan violento como inteligente; famoso por cambiar de apariencia -el hombre de las cien caras le apodaban-, engañando a las policías francesa, europea, canadiense, venezolana y hasta gringa. Jacques Mesrine se fugó de todas las prisiones de máxima seguridad donde estuvo recluido, tanto en su país como en Canadá y Estados Unidos.

Tres filmes de muy diferente factura y enfoque, abordando el tema de los gánsteres; para nada héroes, más bien... antihéroes... y por eso atraen...




public enemies


gomorra


Merine, le ennemie public No. 1