marzo 25, 2011

saco de tweet

Saco de 'tuit'. Juan Villoro

El primer escritor profesional que conocí fue Paco López Fischer. En sexto de primaria cobraba un mazapán por una carta de amor. Su otra pasión consistía en lanzar perdigones de papel humedecidos con su saliva y bolitas de migajón. En las posadas, iniciaba la guerra de tejocotazos.

Su blanco favorito eran las orejas. Una tarde de granizo descubrió que pocos impactos duelen como un golpe en el lóbulo. Además, se trataba de un objetivo ideal para un virtuoso. Es fácil darle a una nuca. Las orejas reclaman puntería.

Lanzar proyectiles fue la primera seña de que quería comunicarse a distancia. Sin embargo, como autor no buscaba destinatarios propios. Escribía cartas sobre pedido. Antes de redactar, hacía dos o tres preguntas sobre la chica en cuestión. Eso le bastaba para concebir un pormenorizado romance literario.

En la época en que las peluquerías se volvían "unisex", Paco comenzó a recibir encargos de mujeres para dirigirse a sus novios. Con admirable profesionalismo (y un aumento en su tarifa: un mazapán y un Pingüino), se puso en la piel de las enamoradas y redactó elogios y reproches de emoción genuina. En ocasiones se hacía cargo de las dos partes de la correspondencia, mostrando habilidad para enamorarse y abandonarse a sí mismo.

Al terminar la secundaria ya le decíamos Cyrano (para entonces cobraba en cigarros Baronet). El apodo le iba bien por su capacidad de escribir con corazón ajeno y su carácter de duelista. El seductor anónimo era un adversario conocido. Provocaba lanzando bolitas de papel; si la víctima lo retaba, disfrutaba de una buena golpiza en los bebederos de la escuela. Recibir un puñetazo lo relajaba tanto como propinarlo. La misma persona que suplantaba por escrito a la dulce Naty, tenía los nudillos destrozados. Su cuerpo de boxeador podía albergar a una doncella o a un rudo pretendiente.

Cuando empecé a escribir me vio con desprecio: "Eso no es profesional", dictaminó. En efecto, yo no cobraba. Para redondear su argumento me mostró una foto del escritor Philip Roth y señaló su elegante saco de tweed: "Para vestirte así tienes que vender tus palabras".

Poco después me cambié de escuela y le perdí la pista. Quise escribir un cuento sobre él, pero me faltaba el desenlace. Me intrigaba que hubiera atado y desatado los romances de una generación sin mostrar otro interés por los demás que el ocasional deseo de partirles la cara. Su escritura había sido utilitaria. No cultivaba otro género que las cartas por encargo. El enigma se perfeccionaba porque yo estaba en sus antípodas: no cobraba, confundía mis pasiones con las ajenas, carecía de entusiasmo por el pleito.

Busqué su nombre en revistas de jóvenes escritores y editoriales marginales; en premios, becas y congresos. Fue en vano. Hace unas semanas lo encontré en Twitter, amparado en un seudónimo sólo descifrable para sus amigos de primaria. Le pedí que nos reuniéramos. Su respuesta fue típica de la realidad sin fronteras de internet: vive en Alaska. El niño que cobraba con mazapanes ahora trabaja para una compañía de alimentos bajos en calorías.

Sus aforismos en la red van de lo desafiante a lo rabioso. Estaba por borrarlo de mi lista de tuiteros cuando me avisó que vendría a México. Nos encontramos y entendí por qué no había puesto su foto en Twitter: no hace otro ejercicio que enviar mensajes. Sin embargo, está satisfecho del destino que le ha dejado un cuerpo rubicundo, abusivamente sedentario: es escritor fantasma de 200 cuentas de Twitter. Cobra por eso y calcula que en unos meses podrá abandonar su otro trabajo. Sus clientes son políticos de distintos partidos, parejas atribuladas, seductores que cortejan al mayoreo, opinionistas de la prensa, actrices más o menos famosas y "ciudadanos de a pie". La tecnología vino en su auxilio para convertirlo en Cyrano del siglo XXI: "Hay gente que no tiene qué decir, pero hoy en día si no mandas mensajes, no existes", explicó.

Le pregunté si no era conflictivo representar a tantas almas y me dio otra lección de materialismo: "Sólo si no me pagan". Su gusto por comunicar es perfectamente instrumental: lanza palabras como quien avienta huesos de aceituna. Le apasiona establecer contacto sin motivo para hacerlo, una afición primitiva, típica de nuestra modernidad.

No se ha casado y no parece necesitar de otras relaciones que las que modifica a distancia. Fiel a su estilo empresarial, me preguntó cuánto me pagaban. Le pareció una bicoca. "Toca", extendió su brazo para que acariciara la tela. "Astracán", informó. Luego criticó mi saco: "tweed de imitación". Era extraño que un autor fantasma se opusiera a una copia. Luego pensé que, a fin de cuentas, todo escritor tiene algo de espectro en la medida en que se sirve de una lengua colectiva, que le reserva algo ajeno. Se lo dije y el hombre de las 200 voces contraatacó: "No presumas: tus textos siempre parecen tuyos".

Hablar con Paco me dejó la sensación de dirigirme a 200 personas que no estaban ahí. Él se decepcionó de sólo dirigirse a mí.

Limitaciones de escritores.


Artículo publicado el viernes 25 de marzo de 2011
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4 comentarios:

Angeek dijo...

Me gusta Villoro, la primera vez que lo leí fue en la antología de Sainz Jaula de Palabras.
Este texto me recordó que tengo colegas igualitas a Paco.

A Villoro sí se le da lo cotidiano ¿no crees? Rock, cuento infantil y fut.

Saludos

marichuy dijo...

Angeek

A mí también me gusta y me cae bien. Contrario a lo que muchos pudieran creer (y hasta desdeñar), creo que escribir lo cotidiano no en es sencillo. O sea, como escribir sin gracia, sí, pero lograr que una historia tan simple resulte interesante, no es nada fácil.

Y, confesión no pedida, yo quisiera ser como su amigo el Cyrano que cobraba las cartas de amor a un mazapán y un Pingüino. Me encanta esa idea de las cartas de amor por encargo.

Un abrazo

Sue dijo...

Qué grande texto. Y qué pequeño al mismo tiempo.
No conocía a Villoro, así que ha sido un verdadero placer pasar por acá y conocerlo.

Un saludo.

marichuy dijo...

Sue,

Villoro es, creo, mejor en las distancias cortas: buen cuentista y escritor de relatos.

Saludos