enero 14, 2009

la enfermedad de la barbarie...

“La guerra no es una aventura, es una enfermedad, como el tifus” (Antoine de Saint-Exupèry).

Podría pensarse que las protestas virtuales contra de la despiadada ofensiva desplegada por el ejército de Israel en los territorios ocupados de Gaza, resultan tan inútiles como cansinas. La experiencia iraquí está muy cercana: en el año 2003, millones de ciudadanos marcharon en contra de la invasión a Irak; fuimos millones los que en distintos países nos opusimos y de nada sirvió, ya que seis años después el ejército estadounidense continúa ocupando la masacrada Irak. Con esos antecedentes, no sonaría descabellado preguntarse

¿y qué caso tiene marchar en señal de protesta por las calles de París, Londres, Madrid o la Ciudad de México?

¿de qué sirve alzar nuestras voces virtuales?

¿a qué fin hacer patente la indignación y reprobación que nos merece la fiereza del ejército israelí –y la complicidad de sus mentores estadounidenses-, cuando a los gobiernos de ambos países les importan un bledo la opinión pública internacional y las resoluciones de la ONU y cuando algo similar parece ocurrir con los propios directivos de la ONU y los mandatarios de la Unión Europea, quienes no se atreven a emitir una resolución condenatoria clara y contundente?

Quizá no sirva de mucho; quizá provoque alguna risa burlona y hasta la autovictimización de quienes, en cualquier crítico de la violencia militar israelí ven a un antisemita, pero cuya profunda sensibilidad no es tocada por las dantescas imágenes de niños palestinos asesinados. Pero aunque suene ingenuo, ante tal cerrazón e hipocresía; por inútil que parezca y por nimios que sean sus alcances, una sola voz virtual condenando la ofensiva israelí es preferible al silencio cómplice y a la indiferencia. Hace 65 años el mundo calló y los nazis perpetraron el holocausto; muchos fueron los silenciosos cómplices; quizá ninguno tan criticable como el Vaticano. No repitamos esa historia; ya con las similitudes existentes entre las formas de soldados nazis e israelís, es suficiente. No nos convirtamos en cómplices de la barbarie perpetrada por las huestes de Ehud Olmert, quienes en su afán de aplastar a los extremistas de Hamas asesinan a mujeres, niños y hombres palestinos. No seamos concitadores de su hipocresía, pues los dirigentes de Israel han asimilado bien las enseñanzas de sus mentores estadounidenses y bajo la simulación de ser las pobres víctimas que solo se defienden, desempeñan con ferocidad el papel de victimarios. Lo que hoy sucede en Gaza es una barbarie y un crimen de lesa humanidad que no puede, ni debe ser solapado


"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y como yo no era comunista no hablé. Después vinieron por los sindicalistas, pero como tampoco era sindicalista no hablé. Después vinieron por los judíos, pero yo no era judío, así que no hablé. Y cuando vinieron por mí ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí".

Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán.



Este post forma parte de la iniciativa:
"Manifestación bloguera, Solidaridad con el pueblo alestino", convocada por el blog:


9 comentarios:

Angeek dijo...

Yo no pienso que sea inútil.
Mi percepción es que la opinión mundial, especializada o no, se está viendo muy tibia.
Te felicito a tí y a todos los de la iniciativa por alzar la voz.

marichuy dijo...

Angeek

Yo estoy impresionada de ciertos analistas, que uno pensaría progresistas, apenas se lamenten "por el excesivo uso de fuerza por parte del ejército de Israel" (y esa tibieza e hipocresía incluye al gobierno de nuestro país, que seguro siente la obligación de pagar ese irónico asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y lo más que se ha atrevido a expresar es su pesar por "la violencia excesiva") O sea que está bien joder palestinos, pero no tan duro?

Saludos y gracias

Tuer la nostalgie dijo...

Marichuy:

Es imposible no asumir una posición frente al genocidio de quienes, amparados en su pasado de víctimas, se arrogan el derecho de pisotear todo rastro de humanidad. No podemos ignorar a las víctimas inocentes del conflicto, al silencio cómplice del poder político, económico y mediático. Tampoco se trata de condenar a Israel por ser judíos, la condena necesaria es por el crimen,la religión del perpetrador es lo de menos.

Por eso, sin dudar me sumo a la condena y algo por hacer es contrarrestar la desinformación en nuestro círculo familiar y de amistades, exhibir las mentiras y asumir la postura, aunque te tache de filomusulmán y renegado del mundo libre occidental.

marichuy dijo...

Marco

Gracias por hacer la diferencia; gracias por tus palabras

Un abrazo

Luis Alvaz dijo...

Aquello que dijiste sobre el "silencio cómplice" me recordó aquella frase de Cohn-Bendit: Nous sommes tous des juifs allemands, y creo que ahora más que nunca sale a relucir su verdadero significado.

Ahora mismo en mi blog coloqué algo al respecto.

Me parece una campaña interesante. Es vital que las personas detrás de un blog lo utilicen con un objetivo, ojalá estas campañas se multipliquen, para que tenga un eco, y un impacto; si no en la decisión de israelís y norteamericanos, quizá en la sensibilización de una opinión pública que no tiene ningún otro medio para expresarse.

Diría Noëlle Neumann, vivimos en "Una espiral del silencio".

Saludos

marichuy dijo...

Luis

Yo he tratado de dejar de lado la crítica política, porque no soy muy dada a medirme... no obstante, lo que suscede en Gaza, aún teniendo un carácer eminentemente político-militar, sobrepasa con mucho ese ámbito. Y me parece indignante; más indignante aún, la silenciossa complicidad de la opinión pública internacional y la pasividad de la ONU.

Hermosa frase la de Cohn-Bendit

Ya lei tu post en el reader. Me encantó el poema de Julio Cortazar.

Saludos y gracias por tu comentario.

marichuy dijo...

Hoy leí en la prensa una declaración sublime:

Dice un funcionario de la embajada de Israel en México (no olvidar que cuando el ejército de su país masacró durante 35 días al Líbano en 2006, el mismísimo embajador llamó cómplices de terroristas a los libaneses mexicanos que osaron clamar –vía un desplegado periodístico-el cese al fuego).

"Los muertos en Gaza, porque algunos palestinos quieren ser mártires": Eldad Golan, consejero político y agregado cultural y de prensa.

Y de paso, faltaba más, se congratuló por la actuación de México en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas "[…], el cual ha mantenido una 'posición equilibrada' sobre el conflicto árabe-israelí, y manifestó su esperanza porque mantenga dicha postura."

Para que no digan que eran alucinaciones mías, eso de la timorata actitud de nuestra representación.

Liberto Brau dijo...

Discúlpame que en tu buzón de comentarios, en tu post, edite nuevamente un texto que escribí originalmente para ARTERAPIA SENTIMENTAL... Sigo pensando que toda esa barbarie tiene que ver con el fanatismo de unos y otros... sea cuales sean sus naciones, sus estados, sus banderas, sus himnos siempre grandilocuentes, sus dioses siempre sanguinarios...

REFLEXIONES SOBRE LOS FANATISMOS

El fanatismo es un estado excesivo de exaltación y defensa de las creencias propias o del grupo social en el que se convive. Para su coherencia, debe ser intolerante e intransigente… El fanatismo es un modo de conducta social paradójica y contradictoria. De una parte está fundamentado en sólidas bases de conciencia colectiva y pertenencia a un grupo social determinado —lo que exige fuertes lazos de complicidad y apoyo mutuo entre los integrantes del grupo; de otra parte, el fanático niega la diversidad social, o la afirma siempre en su favor, tomando siempre posición en contra de cualquier otro grupo que se le oponga o pueda limitar la expresión y difusión de sus presuntos valores diferenciados.

También el fanatismo implica un cierto desorden y algún tipo de disociación en el modo de articular y argumentar los aspectos fundamentales de su ideología. Pese a ser en la mayoría de los casos un simple aglomerado de creencias e hipótesis irracionales, el fanático intenta obsesivamente revestirlas de explicaciones de índole racional, justificaciones de tipo histórico, encadenando con ingenua emotividad y de manera indiscriminada hechos ciertos junto con meras suposiciones, teorías verificadas con vulgares invenciones, argumentos fuertes con retóricos sofismas, y todo ello bajo la apariencia de ser un razonamiento lógico de validez universal e intencionada verosimilitud… El fanatismo, sea cual sea su ideología, es un sentimiento irracional abrumado por falsos argumentos racionales y deformadas razones causales. Todo fanático cree instaurar una nueva razón sobre el detritus y las cenizas del pensamiento crítico racional —al que debe negar, silenciar, para afirmar su identidad.

El fanático confunde cualquier realidad con la que se enfrenta; él mismo es una absoluta paradoja de confusas realidades. Exalta y defiende creencias porque éstas son su única oportunidad de ser y estar en un tiempo real compartido con otros, lo que le anestesia y calma su angustia de soledad. El exceso con el que se defiende y quiere imponer sus ideas es equivalente a la energía que necesitaría para lograr su equilibrio emocional y existencial en soledad; pero es más fácil y menos arriesgado a corto plazo compartir creencias que atesorar miedos e inseguridades: le parece más eficaz defenderse en grupo hasta la muerte, inmolarse en un suicidio colectivo, que derrotarse en la angustia de la duda en solitario.

En origen, el fanatismo es una consecuencia irracional del miedo, un letal mecanismo de defensa para grupos y gentes que se sienten amenazados por lo desconocido o por los peligros de su más inmediata contigüidad. El fanatismo vive y se propaga en un estado de ansiedad semejante al del miedo. El fanático dice protegerse únicamente de las agresiones externas, defender su identidad colectiva ante la presión o el rechazo de los demás diferentes. En un primer estadio de auto convencimiento estos sencillos argumentos le sirven para justificar su emotividad y violencia previsibles. El fanático tiene un exceso de instinto de supervivencia, o lo necesita para apuntalar la fragilidad de la arquitectura de su pensamiento. Luego, en una segunda hipótesis, cuando su ideología ha alcanzado la hegemonía o disfruta de una situación de mayor influencia, el fanático cree reconocer fantasmas y enemigos por todas partes y se expresa con evidente animosidad contra ellos. El fanático siempre necesitará a su propia sombra para reconocerse amenazado, a sus recuerdos para sentir el olor del miedo, y volver a ejercer su violencia de auto defensa, según su particular visión del asunto. Siempre huele a miedo dentro y fuera de un fanático. Es un olor que nadie olvida… El olor del miedo es inolvidable.

El fanatismo debe exaltar sus propias ideas porque son —en su modo de sentir— las únicas que merecen la dignidad de lo natural y el don de lo sobrenatural. Para cualquier fanático es coherente que piense así y actúe de tal manera; sus más afortunadas metáforas siempre tendrán que ver con la naturaleza, con el mundo animal con el que se reconciliará, con el universo, en el que aspira verse reflejado. El fanático cree en lo sobrenatural, en lo divino, o tiene intuiciones sobre lo trascendental de sus ideas o su misión… Por eso sus ideas y su acción no sólo son “las que tienen que ser”, si no que “son las necesarias”... El fanático vive en un permanente estado de necesidad y obediencia debida a lo sobrenatural y a lo trascendente. Su grupo, él mismo, se creen los elegidos para llevar a cabo la misión de salvar su verdad y propagar su mensaje: ¡“ÉL-LA-ELLO” lo quiere!... Un determinismo fatal y repugnante emanado de la suprema “Voluntad Invisible” mueve las serviles almas de sus súbditos involuntarios. Si alguna vez renace el sentimiento de culpa en sus corazones, se ahogará entre sollozos de conmiseración por su destino. Para el fanático, esclavo de ignominia, su servidumbre le libera de toda culpa…

Todo fanatismo cree que su tarea es SAGRADA, por ello es corriente que contamine su ideario básico con adjetivos y eslóganes tan contiguos y grandilocuentes como esta palabra: sacrosanto, sacrificio, sacramento, sacrílego, sacerdocio, sangre… —aunque esta última sea totalmente ajena a su genealogía. El fanático concibe el sacrificio —el suyo, el de sus víctimas— como su más heroico y elevado ideal. La palabra sacrificio está teñida de sangre, de memoria de sangre: es una palabra maldita que todo fanático aspira a bendecir nuevamente. Los fanatismos derraman sangre, beben sangre, lloran sangre… para saberse todavía vivos y verdugos de la vida. Todo fanático cree que lleva su ideal en la sangre. La guerra es la expresión colectiva e institucional extrema de ese fanatismo —sea del tipo que sea y se justifique por cualquier argumento (perverso): étnico, religioso, político-nacional. En la guerra el fanatismo concentra de modo excepcionalmente eficaz toda su maquinaria e inteligencia para destruir…“Todo fanatismo conduce inevitablemente a la violencia física” (Yoko Ono)

Lo institucional es la representación formal y simbólica de lo público. Los presuntos valores, intereses, necesidades y aspiraciones, o agravios, de una colectividad —sean los que sean, vengan de donde vengan, sea cual sea su grado de veracidad o legitimidad— siempre aspiran a ser representados por la figura de una institución en donde pueda ser depositado su imaginario y los signos de su realidad comunitaria. Toda institución representa y es representativa, a su manera, según su memoria y sus tabúes… Toda institución posee un poder de representación. Las instituciones luchan entre ellas por el poder o la mayor influencia en la sociedad en donde actúan.

Siempre hay individuos que desean ocupar un lugar preferente en ese espacio de representación y poder, para eso luchan e intrigan: bien sea para conquistarlo por la fuerza u obtenerlo por delegación electiva o para conservarlo indefinidamente. Quien conquista u obtiene el poder no se resigna a perderlo… Los individuos y grupos en el poder creen que sólo ellos saben y pueden representar el conjunto de imágenes de lo público que dicen representar. Tras la lucha por lo posible, sólo queda la lucha por el poder. Quienes están en el poder, quienes representan el poder, saben que tarde o temprano serán desalojados de estos lugares tan ventajosos. Los poderosos aspiran secretamente a permanecer en el lugar que creen que les es propio hasta la muerte. Por eso no es de extrañar que con sus acciones puedan provocar la muerte o la destrucción de los demás, si con sus pequeñas muertes retrasan o escapan a su propia gran muerte, tan mezquina… En el fondo, el poder es un territorio de violencia en donde aseguran su supervivencia e impunidad los fanáticos de la política… Los poderosos son fanáticos funcionales y por necesidad…

Todos los siglos contienen excesos memorables que podemos adjetivar como propios del fanatismo individual, colectivo o institucional. Los fanatismos se reproducen e inventan variaciones que aseguren su supervivencia adoptando las formas más inverosímiles, las apariencias más convencionales, mimetizándose en los pliegues más correctos de las sociedades que aspiran a erosionar —cualquier modo que pueda servirles para esperar sin sobresaltos el momento oportuno y poner en marcha sus estrategias diabólicas. Parecen esperar una señal luminosa en el cielo…

Desconfío de cualquier manifestación colectiva que no haya sido precedida de un debate previo, un diálogo de posiciones, un consenso asumido de forma explícita y convenido públicamente. Esto es casi imposible en la práctica para cuantiosos colectivos, sobre todo en momentos excepcionales. Es en esta precariedad de condiciones para el diálogo de las ideas, para el compromiso, en donde el fanatismo institucionalizado encuentra su oportunidad para intervenir y hacer creíbles sus mentiras, sus medias verdades, su demagogia. Provocar y favorecer la reflexión individual o de pequeños grupos, la discusión verbal o escrita, desactiva en buena parte las posibilidades de manipulación de los grupos indiferenciados que todo poder institucional utiliza para respaldar sus intereses y sostener su estrategia de desinformación… Escribir, hablar en voz alta, debatir con argumentos verificables, contestar los tópicos, sobre todo los “políticamente correctos”, es mi modo de denunciar y revelarme contra el fanatismo del poder, el fanatismo que aspira al poder, o el fanatismo que aspira a subvertir el poder en su propio beneficio… En toda estrategia por el poder los fanáticos encuentran “bien intencionados” de los cuales se sirven para sus objetivos… Aborrezco de las “buenas intenciones” de los tontos útiles tanto como de las perversas intenciones de los fanáticos (bien sean radicales o enrocados en sus instituciones)… La historia del fanatismo está plagada, trufada, de “pobres tontos útiles”, inocentes servidores, y sus señores respetables… A todos ellos les une un mismo sentimiento: el miedo… Yo creo y colaboro en crear una República de gentes libres que no tienen miedo de ser y estar en el mundo conviviendo junto a otros diferentes, distintos a su manera, incluso fanáticos voluntarios u otros que lo son aun sin querer… Mi República no tiene fronteras ni bandera ni himno ni constitución reglada… Mi República se llama… USLAND… Nosotros…

Sólo respeto al que sufre, las víctimas de cualquier violencia...

marichuy dijo...

"Sigo pensando que toda esa barbarie tiene que ver con el fanatismo de unos y otros... sea cuales sean sus naciones, sus estados, sus banderas, sus himnos siempre grandilocuentes, sus dioses siempre sanguinarios..."

Liberto

Tienes toda la razón.

Un beso y nada que dsiculpar